Mohammed Abu Sharif muestra los casquillos encontrados en su casa |
Alberto Sicilia / KHUZAA (GAZA)
Una mezcla viscosa de sangre podrida y polvo cubre el suelo del baño. En las paredes podemos contar docenas de balazos alineados a la misma altura. Varios cadáveres, tapados con mantas, acaban de ser sacados de la estancia. Casquillos con la marca “IMI” (Israel Military Industries) aún pueden encontrarse esparcidos por el pasillo.
Estamos en una casa a las afueras de Khuzaa, una localidad de la Franja de Gaza dentro de la “zona prohibida” instaurada por el Ejército de Israel. Durante semanas ha sido imposible acceder aquí. Una tregua de apenas una hora permite a los vecinos volver a recoger lo que puedan de sus casas.
Naban Abu Shaar, un joven de 21 años, fue el primero en entrar a la vivienda. “Llegué al baño y encontré los cadáveres apilados uno sobre otro. No sé cuantos había. Sus carnes se estaban deshaciendo y habían comenzado a escurrir”.
El dueño de la casa, Mohammed Abu Sharif, se sienta en una silla del jardín, con la mirada perdida en la dirección de la cercana frontera hacia donde se han retirado los tanques israelíes.
“Huí de aquí hace 20 días, cuando comenzaron los combates en la zona. Me llevé a mi mujer y a mis cuatro hijas. Pero en esta casa vivían también otros familiares. Por los girones de ropa entre el montón de cuerpos, creo que son ellos.”
Minutos después vuelven a tronar la artillería y los morteros. Todo el mundo huye corriendo del barrio. La verdad tendrá que esperar para otra de las atrocidades de esta guerra.
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