Federico Guzmán
Tarde de un Sábado de primavera en la luminosa El Aaiún. A pocos kilómetros de la costa la suave brisa del Atlántico refresca la capital del Sáhara Occidental ocupado por Marruecos. Una protesta saharaui por las condiciones económicas y sociales se ha convocado hoy como un remolino en el bulevar Mekka. Los Grupos de Intervención Rápida y la Gendarmería Real han bloqueado la avenida con tanquetas y barreras de pinchos de cadena. El gobierno de ocupación de esta ciudad militarizada ha sacado todo el arsenal a la calle. La marea de protesta pacífica rompe y se repliega inundando con su clamor calles, plazas y avenidas a lo ancho de la capital del Sáhara Occidental.
Hay gente manifestándose, gritando consignas, banderas pintadas a mano, pasquines volando por el aire y la gente corre por las calles entre los estampidos de las balas de goma. El activista por los derechos humanos Brahim Dahan nos está guiando en su coche entre el caos de una ciudad en rebelión y de una tierra que grita por su libertad y no se deja ser pisoteada.
A la altura del barrio Matallah, donde viven la mayor parte de los saharauis, paramos en una bocacalle. Un grupo de unos quince hombres de negro corren hacia una vivienda. Son las Fuerzas Auxiliares, paramilitares a sueldo del Ministerio del Interior, también llamados despectivamente mujaznis. Sacando porras de sus cazadoras se abalanzan contra la puerta metálica de una casa y golpean con violencia.
Unas calles más abajo la gente se arremolina en una rotonda atestada de vehículos militares. Alcanzamos a ver como dentro de uno de ellos un hombre recibe una paliza.
Otro furgón va cargado de piedras, rocas grandes de la playa que la policía usa como proyectiles para dispersar a la gente. Estamos conmocionados, queremos avanzar pero todo está bloqueado. Unas desproporcionadas medianas dividen la carretera impidiendo dar la vuelta con el coche.
Por todas partes hombres y mujeres saharauis, gendarmería, policía, ejército, colonos disfrazados, Grupos Urbanos de Seguridad y antidisturbios azules con porras y escudos. Los protectores de cuero que llevan en las espinillas tienen remaches metálicos para dar patadas. Reconocemos los todoterrenos militares que España ha vendido recientemente a Marruecos, “con la condición que no los use en el Sáhara Occidental”. Hay jóvenes saharauis que saltan de una azotea a otra provistos de teléfonos móviles para grabar la protesta. La multitud ocupa la calle, avanzan de un sitio a otro, se juntan a comunicarse en las esquinas y atraviesan las aceras reventadas sistemáticamente con excavadoras para impedir a la gente sentarse a protestar pacíficamente.
Este fugaz recorrido por la indignación es una bofetada de conciencia que nos abre los ojos a la pesadilla en la que los saharauis se despiertan cada día. El Aaiún, Al-Ayyün, en árabe “los ojos” o manantiales, es el nombre de esta ciudad fundada por españoles junto a fuentes de agua que ya daban nombre a la zona. Ojos transparentes y verdaderos que Marruecos quiere cegar a golpes. Ojos del mundo que deben abrirse a la realidad del sufrimiento de este pueblo. Impactados y sobrecogidos volvemos a casa y entre la confusión alcanzo a ver cómo dos policías meten en un coche a un niño de no más de catorce años. Por el carril de enfrente, los altavoces de otro coche que discurre lentamente anuncian un partido de fútbol mañana, haciendo como que no pasa nada.
Llevamos una semana en El Aaiún, un médico (Antonio Martínez), una arte terapeuta (Mariantonia Hidalgo) y dos artistas (Alonso Gil y el que escribe) como observadores de derechos humanos invitados por la ASVDH, Asociación Saharaui de Víctimas de violaciones graves de Derechos Humanos cometidas por el estado marroquí. Nuestra misión, con un componente médico y otro artístico, es entrevistarnos con personas
saharauis víctimas de la represión desde la invasión del territorio en 1975. Mujeres y hombres que han sufrido detenciones, desapariciones, violaciones y torturas durante los años de la guerra, la Intifada, el desmantelamiento del Campamento de Gdeim Izik y todas las violaciones de derechos humanos que se repiten sistemáticamente hasta el día de hoy. A partir de estas entrevistas los médicos elaboran un informe técnico y Loncho y yo hacemos dibujos de estas historias desgarradas, de muchos y terribles delitos y de muchos ejemplos de la inspiradora resistencia de un pueblo.
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