En Argelia se ha vuelto a las viejas costumbres. La noche del viernes, la muchedumbre recorrió las calles de Argel para expresar su rechazo a un quinto mandato para Bouteflika. Los telediarios de la cadenas de televisión oficiales no hablaron del tema. Hablaron de turismo. A pesar de que Algeria Telecom desmintió, los usuarios de Internet se quejan de la baja velocidad de la red. Frente a una protesta pacífica, la maquinaria del poder opta por la negación de la realidad. En 2019, es ridículo querer censurar la prensa. En su discurso de política general, el Primer Ministro Ouyahia dijo el lunes en la Asamblea que “el derecho a manifestarse está garantizado por la Constitución”, que los argelinos decidirán a través de las urnas. En la cima del poder argelino, como en Venezuela, es simple: si nos oponemos a sus decisiones, es porque queremos caos, barbarie, ingerencia sionista…. El argumento es práctico e insostenible. Los argelinos demostraron el viernes que estaban hartos de su líder supremo y del sistema que lo mantiene en el poder. Más profundamente, es, mezza voce, el juicio del FLN que ha comenzado. De la forma en que ha estado dirigiendo el país desde la independencia.
Un movimiento sin líder
Al igual que en Túnez en enero de 2011, las manifestaciones son horizontales. No hay líderes del partido de la oposición, no hay dirigentes oficiales, sino una cristalización de frustraciones en torno a un hombre: el Presidente Buteflika. Octogenario, víctima de un derrame cerebral, se volvió invisible. Sus viajes al extranjero se limitan a citas médicas: en Francia, en Suiza este fin de semana. La multitud que recorrió Argel y una veintena de ciudades de las provincias dio una lección mordaz a quienes predijeron un futuro 5 de octubre (cuando empezó la violencia en 1988). Al corear “no al quinto mandato”, los argelinos se dirigen a quien encarna la cima de la pirámide, pero también a toda la pirámide, el sistema de clanes que ha convertido a Argelia en una adición de intereses particulares. “¿De qué Argelia se habla?” pregunta un diplomático de alto nivel: “La de la presidencia de Bouteflika, la del ejército, la de los servicios secretos, la de Sonatrach…” Una larga lista de intereses para los que Bouteflika es el mínimo común denominador. Cada viernes será un día de manifestación. Día del rechazo de este denominador común llamado Buteflika.
Las consecuencias para los paises vecinos
En Túnez, se contempla de cerca a estos disturbios. Con orgullo o con aprensión, depende. La juventud se identifica con esta multitud que llena las aceras. Muchos de ellos reviven la revolución del 14 de enero de 2011 cuando ven las fotos de una multitud unida. Otra generación, a menudo gente del mundo de los negocios, piensa en los “riesgos” y en los “islamistas”. Es entonces cuando nos encontramos con este viejo esquema: el militar o el barbudo. No hay una tercera vía posible. Pero el 2011 no está tan lejos.
Si la mal llamada “primavera árabe” sólo tuvo lugar en Túnez, ha sembrado en la mente de la gente, en todas las mentes, que nada es imposible. Que un Mubarak, a pesar de sus tanques y conductores de camellos con espadas, puede caer. Que un Ben Ali se vea obligado a huir como un mero ladrón porque decenas de miles de manifestantes se han federado en su contra.
En Marruecos, un país con relaciones complicadas con su vecino, se observa. Nadie quiere desestabilizar el país como entidad. Los argelinos reaccionan a otra provocación: un quinto mandato para Bouteflika. Una especie de presidencia de por vida justificada por una elección bizantina.
Argel se encuentra en la misma situación que Túnez a finales de 2010, cuando el sistema en el poder, cegado, no se da cuenta de que la población, los que no se benefician de la cleptocracia, ya no pueden apoyarla. Fue una injusticia -la inmolación de Mohamed Bouazizi- la que hizo de chispa en Túnez. Es la obstinación en mantener a un anciano -que una vez fue una gran figura del país- lo que empuja a los argelinos en masa.
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