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A veces tengo la impresión de haber rejuvenecido cuatro años cuando en aquel sótano del edificio de El País buscaba noticias rastreando en papel y en un ordenador, sin conexión a Internet por motivos de seguridad, entre esos 400.000 cables del Departamento de Estado que Wikileaks filtró a media docena de grandes diarios mundiales.
¡Qué de sospechas periodísticas quedaron confirmadas al leerlos, y avaladas además por una avalancha de datos, pero también qué de novedades afloraron! Cuantas historias extrajimos de esa ingente masa de telegramas diplomáticos que habíamos impreso y se apilaban sobre las mesas del cuartucho sin ventanas en el que trabajamos a destajo y hacinados.
Aunque fue una experiencia periodística de laboratorio, en la que apenas de necesitaban ingredientes externos, constituye uno de mis mejores recuerdos profesionales.
El 2 de octubre pasado ha surgido un pequeño Wikileaks a escala magrebí. Bajo el perfil de Chris Coleman un tuitero anónimo divulga cientos de documentos y correos de la diplomacia, de los servicios de inteligencia y hasta de la Administración de la Defensa de Marruecos. Las autoridades marroquíes no han desmentido la autenticidad de esas filtraciones.
Solo hasta ahora la ministra adjunta de Asuntos Exteriores marroquí, Mbarka Bouaida, ha denunciado públicamente “una operación ejecutada por elementos pro Polisario con el apoyo de Argelia y con la intención de poner trabas a la diplomacia marroquí”. Aunque lo está investigando, Rabat no ha podido demostrar esta acusación.
Cada mañana o cada noche, el tuitero no cumple un horario, disfruto profesionalmente informándome del acuerdo verbal y secreto, de noviembre de 2013, entre Barack Obama y el rey Mohamed VI sobre el Sáhara; de las broncas entre Rabat y la secretaría general de la ONU; de los valiosos regalos que la embajada marroquí en Nueva York distribuye a diplomáticos y corresponsales de prensa amigos; de la descripción que hacen de Christopher Ross, enviado de Ban Ki-moon para el Sáhara, como un alcohólico, torpe en sus movimientos hasta el punto de que le cuesta ponerse la chaqueta.
El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos se ha tomado tan en serio las filtraciones que, el sábado, su portavoz anunció que se había abierto una investigación sobre la colaboración, supuestamente algo excesiva, de uno de sus altos funcionarios con las autoridades de Marruecos.
Leo también ávidamente los correos en los que se mencionan los pagos que el servicio de inteligencia hace, aparentemente a través de un intermediario, a think-tanks y periodistas de EE UU, Francia etcétera par que escriban a favor de Marruecos. A algunos de ellos les conozco desde hace décadas. Me pregunto si saldrán pronto, en otro email, nombres de compatriotas españoles comprometidos.
El español que sí aparece es, en 2012, el embajador en Rabat. Promete a sus interlocutores marroquíes todo el apoyo de España en el seno del Grupo de Amigos del Sáhara que se disponía a preparar la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU de abril de ese año.
Entre las joyas colgadas por el que se ha convertido en mi tuitero favorito figura un cable, con fecha del 7 de julio, del encargado de Negocios de la Embajada de Marruecos en Madrid, Baddredine Abd el Moumni -el embajador estaba ausente- en el que informa a Rabat con cierto pesar de que he iniciado una colaboración con El Mundo.
“Cembrero se une así al equipo de uno de los mastodontes de la esfera periodística de España”, escribe el encargado de Negocios. “Fundado en 1989, El Mundo es el segundo diario más leído (…)”, añade. “Ha adquirido su reputación gracias a una línea inspirada del modelo de investigación americano”. De paso, el diplomático me tacha de elemento “hostil a Marruecos y que apoya a las tesis los separatistas” [Frente Polisario].
En más de una ocasión, en seminarios o debates, he afirmado, sin embargo, que una amplia autonomía pactada es ahora la menos mala de las soluciones para el Sáhara. Entre los cables desvelados por Chris Coleman hay además alguno perjudicial para los independentistas saharauis del Polisario que están en horas bajas. Así lo he recogido en una de las cinco piezas, la mayoría en este blog, que he dedicado hasta ahora a los cables sacados a la luz por el tuitero.
Pero el maná de los telegramas diplomáticos tiene también su lado periodístico amargo. Hace cuatro años Wikileaks era un trabajo compartido con otros grandes diarios o semanarios, como The New York Times, The Guardian, Le Monde o Der Spiegel. A veces, al leer entonces esos rototativos, ensalzaba el enfoque anglosajón o alemán de algún tema, en el que yo y mis compañeros de El País no habíamos caído; en alguna ocasión me irritaba también al comprobar el poco partido que habían sacado de algún otro asunto.
Entonces me sentía acompañado desde la distancia. Ahora escribo sobre el Wikileaks marroquí sin ningún espejo europeo en el que comparar mis crónicas. Mes y medio después de que empezase el goteo de cables la prensa española lo ignora y, con la excepción de Arrêt sur Images, la francesa también. Ahora no tengo a nadie con quién competir, de quién aprender, excepto la web norteamericana Inner City Press especializada en informar sobre la ONU.
Marruecos ha resultado ser débil porque su sistema de comunicación gubernamental, los correos de sus agentes secretos han sido masivamente hackeados durante meses, acaso años. Marruecos es fuerte porque ha logrado que nadie se haga eco de ello aunque en las embajadas y en los ministerios de Exteriores que tratan con Rabat estén pendientes al minuto de lo que publica Chris Coleman.
Ignacio Cembrero
Orilla Sur, 17 nov 2014
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