El día que España entregó el Sáhara

Javier Tusell

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El País, 16 dic 2001

El reciente aniversario ha permitido recordar la trascendencia de la marcha verde en la relaciones entre España y Marruecos y en el origen de un conflicto, el del Sáhara, cuya resolución sigue pendiente. Sabemos que las autoridades españolas y las marroquíes se pusieron de acuerdo en que las primeras cedieran a las segundas la administración de la antigua posesión de un modo que contradecía la política hasta el momento seguida por España. Tal actitud resultaba impuesta para los dirigentes de entonces por la situación interna, en un momento en que con la enfermedad de Franco se planteaba un momento crítico de aquel régimen. Lo que ignoramos, en cambio, son los términos en que se tomó esa decisión. Hoy, 25 años después, ya se puede desvelar y no deja bien a las autoridades de los dos países.

‘De andaluz a andaluz’

Solís llegó por la mañana del 21 de octubre de 1975 a Rabat y fue acogido de manera ‘extraordinariamente cordial y amistosa’ por el monarca alauí. Éste no sabía mucho sobre la enfermedad de Franco y ‘se demudó’ al enterarse de la gravedad de su dolencia. La conversación tuvo lugar por la tarde y de ella tomó nota cuidadosa el embajador español, Adolfo Martín Gamero.

Solís fue al grano. Las autoridades españolas temían que la marcha verdeprovocara muertos al pasar por la frontera minada. ‘El Gobierno español’, dijo, ‘comprende que a estas alturas es difícil para su majestad paralizar la marcha…, pero puede detenerla tras haber penetrado unos metros’. Existía el mandato de la ONU sobre la autodeterminación de los habitantes, pero eso ‘no impedía el que podamos estudiar entre nosotros vías para que el resultado de la misma sea favorable a Marruecos; si hoy llegamos a un acuerdo, otras conversaciones ulteriores serán fáciles’. ‘A España’, concluyó el ministro, ‘le interesa una monarquía fuerte en Marruecos porque los enemigos de esa monarquía son nuestros mismos enemigos’.

También Hassan II se pronunció con claridad y con idénticos nulos deseos de dejar que los saharauis lo hicieran por sí mismos. Adelantó que ‘nunca buscaría una solución que fuera contraria a la dignidad de España’, pero se declaró engañado por ella. A López Bravo, anterior ministro de Exteriores, le había dicho que España podía permanecer cuanto quisiera en el Sáhara, pero que a él no se le debía poner ante el ‘hecho consumado’ de su independencia. ‘Me consta que una característica de Franco es ser testarudo, pero ésta lo es también de los alauíes como yo’, remachó. ‘Los polisarios’, según él, ‘no hablan el castellano ni comprenden nada del espíritu’ español; en cambio, él se presentaba no como un ‘rey encolerizado, sino como un amigo de verdad’, aunque ‘traumatizado’. Como prueba de su buena voluntad ofreció una muestra de su pillería: a López Bravo le había indicado las zonas de la costa marroquí en que, aunque la pesca fuera ilegal, la toleraría.

Solís insistió entonces en que España estaba dispuesta a abandonar el Sáhara, y en ese momento Hassan II le cortó: ‘Ahí está precisamente el error. Yo no quiero que se vayan ustedes tan pronto. Yo soy aún débil y necesito tener en el Sáhara un aliado’. Así se lo había escrito a Franco hacía tiempo. No podía tolerar que los militares españoles de guarnición en el Sáhara se mostraran más dispuestos a hablar con el Frente Polisario que con él porque ‘para todo marroquí eso es sinónimo de acuerdo entre España y Argelia’. Esta última suponía un peligro revolucionario y ‘ahora van a dejar que esta ideología triunfe y se implante en el sur de Marruecos’.

Solís estaba ya a la defensiva. Propuso entonces la celebración de una conferencia cuatripartita (es decir, con Argelia, Marruecos y Mauritania), pero Hassan II le repuso que se negaba a tratar con los argelinos. El ministro español se mostró tan sólo interesado en guardar unas mínimas apariencias. España estaba dispuesta a ‘ayudar a Marruecos para que éste sea quien acabe incorporándose al Sáhara’. Su interlocutor había dejado caer la posibilidad de que a medida que se fueran los españoles, ‘campesinos auténticos’ procedentes de Marruecos les fueran sustituyendo, pero eso al enviado español le parecía demasiado, pues ‘una ocupación poco a poco… sería demasiado visible’. Al final resumió sus deseos en tan sólo ‘que los acuerdos de la ONU queden cubiertos’, claro está que en apariencia.

Hassan II no se comprometió a nada y, a diferencia de Solís, dijo no estar dispuesto a improvisar tomas de postura. Pero no dejó de mencionar vías de solución entreveradas de amenazas, y, sobre todo, no estuvo dispuesto a detener la marcha verde; a lo sumo manifestó su voluntad de tratar con España. Si había exhibido en meses precedentes reivindicaciones sobre Ceuta y Melilla era ‘porque ustedes nos han obligado a usar los últimos recursos’; en condiciones normales sólo haría esta demanda una vez que España recuperara Gibraltar.

‘Turistas’ marroquíes

En cuanto a la marcha, aseguró con firmeza, ‘no puedo pararla’. ‘España es nuestro vecino’, dijo con condescendencia, ‘y, sin duda, por razones de salud del Generalísimo, pasa actualmente por un mal momento’. Pero, aludiendo al jefe militar español del Sáhara, ‘si un general español ha encontrado el medio de entenderse con comunistas como los del Polisario, también podrá entenderse con los monárquicos que vienen desde Marruecos’. Sugirió que los norteamericanos estaban al tanto de sus proyectos y, como para demostrar que sus propósitos eran evitar un choque armado, asimiló a los participantes en la marcha con los millones de turistas que cada año visitaban España. Sólo detendría a los suyos en caso de que antes de llegar a la frontera hubiera una decisión de la ONU en el sentido de que España y Marruecos solucionaran la cuestión; los diplomáticos españoles debían recibir instrucciones en el sentido indicado. ‘La sola y única’ solución que no podía contemplar’, concluyó, ‘era la posibilidad de la independencia’. Lo que dijo entonces Solís, concluyendo la entrevista, es la más palmaria demostración de la debilidad de aquella dictadura con un Franco agonizante: ‘Digo solemnemente a V. M. que no queremos la independencia, que lo que necesitamos es cubrir las formas y salvar nuestros compromisos… y que estamos de acuerdo en que el Sáhara sea para Marruecos’.

Nada concreto se pactó en esta conversación, pero de ella derivó todo. España abandonó el Sáhara como consecuencia de su situación interna; lo hizo en contra de toda su política exterior precedente. Luego los políticos de la transición, principalmente Marcelino Oreja, restablecieron la línea de principios y de coherencia de la política española. Pero de la conversación deriva en la actualidad un contencioso todavía vivo, uno de cuyos inconvenientes es contribuir a envenenar la relación entre España y Marruecos.

UNA LARGA DISPUTA

TRAS UNA LARGA DISPUTA, España y Marruecos habían sometido al Tribunal de La Haya sus diferencias: mientras que España se había mostrado partidaria de la autodeterminación ante Naciones Unidas, Marruecos se había opuesto a ella. La decisión del alto tribunal se tomó el el día 16 de octubre de 1975 y fue favorable a la posición española. Ese mismo día, el rey Hassan II anunció la marcha verde, que llevaría a centenares de miles de personas hasta la frontera de aquel territorio. Un día antes, sin embargo, Franco había sufrido un primer infarto que acabaría llevándole a la muerte, y el Gobierno español, que aún no había informado a la opinión pública de la gravedad de su enfermedad, decidió el 17 de octubre el abandono del Sáhara.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 16 de diciembre de 2001

Tags : Sahara Occidental, Frente Polisario, Marruecos, Marcha Verde, ONU,

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