El verano bajo los 50º

Por favor no me empuje, me puedo caer; yo en mi nube estoy bien no me va a convencer, ya conozco unos cuantos que son como usted, que me ofrecen veneno cuando tengo sed. Trozos de Cristal, Fito y Fitipaldis

Hace unos días afirmaba de una forma convincente y rotunda que soy de esas personas que les encanta el verano. Siempre he sido muy friolera y algo maniática también con esa estación llamada invierno que tan mal humorada me pone. Por eso, me gusta el bueno tiempo -lo justo- y, sobre todo, el que te permite dormir, comer y no te hace sudar demasiado.
Resulta que este gusto tan…¿particular? me ha ido acompañando durante toda la vida de una forma u otra. Sí, no me vayan a malinterpretar pero, a veces, me sorprendo observando a la gente quejándose del frío, del calor, de la niebla y por supuesto de que terminan sus vacaciones, y me imagino sus gestos, sus movimientos espontáneos y naturales, sus palabras y hasta su forma de moverse. Todo esto habla mucho más de nosotros de lo que creemos.

He aprendido que, esto de quejarnos por todo, dibuja la personalidad de uno mismo, los que hablan sin palabras, los que ofrecen su optimismo previamente. Es ese el lenguaje no verbal tan determinante del que se llenan capítulos en las clases de psicología y en los libros de autoayuda.

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Gracias a esta ardua – e involuntaria – labor de observación que me ha llevado años, 25 para ser exactos, me he dado cuenta de que sería injusto y, hasta en cierta parte, egoísta quejarnos por el mero hecho de quejarnos. Sí porque sí, y ojo (que alguna vez me quejo). Me frustro. Me enfado conmigo misma, y es un poco fruto de la comodidad a la que me he acostumbrado que -afortunadamente- me han dado unas circunstancias u otras de la vida.

¿A quién no le ha pasado alguna vez eso de coger el móvil para consultar la hora o mandar un Whatsapp y acabar en el Facebook sin saber muy bien por qué? Las redes sociales pueden ser adictivas, ¡casi como un acto reflejo!. Eso sí, hay cuentas en diferentes redes sociales, que me tienen irremediablemente enganchada, en las que me asomo siempre y me empapo de una realidad casi similar a la mía.

Una de ellas, de Carolina, Carol para los amigos (en los que me incluyo) es una mujer valiente, enorme para ser exacta, de esas que cuando te hablan te convencen a la primera. Enamorada del Sahara y por supuesto: de los saharauis, reivindica la causa con una elegancia asombrosa y lleva su melhfa de colores allá por donde vaya -con más estilo que yo-.

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Sencilla, y la gusta demasiado “complicarse la vida” con los saharauis, (que no somos nada fáciles), por eso de vez en cuando viaja, y lo hace en verano bajo los 50 grados y aún sabiendo que en su casa saharaui, no tiene ni luz ni aire acondicionado. Pero, ella va y desde ahí diariamente nos cuenta a tod@s como es el día a día en los campamentos en esta estación tan particular.

Gracias a eso, este post hoy puede tener un sabor un poco más especial si cabe porque con el testimonio de Carol, yo me he ido a los campamentos, estando en Palencia.

Allá voy:

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Ah, el verano… Mi estación predilecta… De pequeña me encantaba porque eso significaba: vacaciones en paz, piscina, playa, etc. Y no tan pequeña, porque justo erala inversa: volvía a los campamentos e iba a visitar a mi familia tras un año sin vernos. Y sólo eso, hacía que los exámenes finales de junio fueran un poquito más llevaderos.

A lo largo de estos días, hemos ido viendo cómo aterrizaban los niños en diferentes puntos de España, como la labor de muchas horas de trabajo de las asociaciones veía su recompensa y cómo las familias en un intento fallido en muchísimos casos de no llorar al abrazarse con los niños. Nos arrancaba una lagrimilla a todos los ahí presentes.

También, hemos ido viendo (algunos más que otros) como los jóvenes estudiantes saharauis volvían a su casa tras un año intenso, y desde aquí mandar un beso tan grande como la distancia que me espera de ella: a mi madre. Por su paciencia, por esperar siempre que al otro lado del teléfono la diga voy tal día, por empujarme a hacer lo que quiero y por supuesto: por estar.

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¿Y qué es un verano bajo los 50 grados?

De cuando el verano significa, levantarte pronto, con prisas; disfrutar de un té en familia, y a la misma hora que se desayuna se está preparando la comida porque el día promete.

Los saharauis, siempre piensan que el día más caluroso fue el qué pasó aunque el que venga mañana sea peor, es una forma un poco de amenizar su rutina. Y quizás también, eso justifica un poco como resisten a tanto calor y en las condiciones en las que están.

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Lejos de las piscinas, playas, Terrazas, helados, ventiladores y aires acondicionados, en los campamentos su lucha va un poco más allá: comer, intentar dormir y sobre todo luchar por mover las placas solares, y regar las pitacas de agua para que conserven su temperatura.

De cuando en la misma habitación, debajo de unas ventanas pequeñitas casi a ras de arena duermen más de ocho personas, cuando moverte por ese espacio se convierte casi en una lucha titánica por intentar no despertar a nadie de los ahí presentes. Deporte no recomendado para los torpes como yo, que entre que voy dormida y que siempre termino pisando la melhfa y por ende cayéndome al suelo… aquello es un mundo.

De cuando ir al servicio, se convierte en una lucha interna entre tú y tus necesidad por evitar salir “al infierno”

De cuando, refrescarte consiste en mojar un trocito de la melhfa evitando a toda costa que se secase al segundo.

De cuando dudas entre ir en coche, andando y si pudieras volar también sería una opción dudosa, por las altas temperaturas.

De cuando moverte se reduce a tres horas diarias porque el calor te acaba apagando hasta el estado de ánimo.

De cuando lo ultimo que te apetece es comer. Porque visualizas a quien está en la cocina bajo una temperatura infernal, y se te quitan automáticamente las ganas de comer.

De cuando tú pelea con las moscas se convierte en una batalla casi familiar, porque cada vez hay más, molestan y apenas te permiten pegar ojo. Por que no se vosotros, pero a mi me molestan demasiado cuando están por ahí “zarandeando”.

De cuando pagarías la vida por sacarlos de ahí, darlos una vida un poquito mejor y unas condiciones algo más humanas… de cuando vives eso, y encima no los oyes decir “ni mú”, lo de quejarte, queda en segundo plano.
“Así como una coma cambia una frase, una simple actitud cambia una historia.”

Benda Lehbib Lebsir

Fuente :1 niño saharaui

Tags : Sahara Occidental, Frente Polisario, Marruecos, refugiados saharauis, Tindouf, Hamada,

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